viernes, 30 de abril de 2010

Editorial Diario Tal Cual 27 Abril 2010


Alcanzado el gran éxito unitario de la Mesa Democrática que ya se
explica y comenta por sí solo, forzoso es volver sobre un tema que
no debe dejarse morir en el siempre efímero dramatismo de la noticia
diaria: la violencia de género, que de pronto fue vívidamente
iluminado por la tragedia de Edwin Valero y su esposa Jennifer Vieira,
pero también, paradójicamente oscurecido por la notoriedad deportiva
del infortunado boxeador. El tema principal pasó a ser la trayectoria
de éste y quedó en un segundo plano el de la violencia
intrafamiliar.En todos los países democráticos la cuestión de la
violencia contra la mujer ha sido objeto de legislaciones específicas,
que castigan, de verdad, con penas severísimas a quienes golpean y
maltratan a sus esposas. En España, por ejemplo, donde el machismo y
el maltrato a la mujer tienen fuertes raíces sociales, se ha venido
haciendo un notable esfuerzo por desterrar esa práctica, castigándola
penalmente de manera muy pesada. Los médicos, por ejemplo, ante
cualquier hematoma sospechoso que observen en pacientes femeninos,
están obligados, so pena de ir a parar a los tribunales, a hacer la
denuncia ante las autoridades. Las medidas judiciales de protección a
mujeres maltratadas son aplicadas muy rigurosamente y la violación de
disposiciones cautelares, que prohíban, por ejemplo, al maltratador
acercarse a su víctima, implican acciones policiales inmediatas.En
nuestro país nos falta un largo camino por andar para cubrir el trecho
que hay del dicho al hecho. Tenemos las leyes pero no se aplican.La
inmensa mayoría de mujeres maltratadas se abstienen de hacer las
denuncias porque la experiencia les ha enseñado que están
completamente desprotegidas, a la merced de sus victimarios. La
infortunada esposa de Valero se desdijo de su acusación inicial porque
estaba consciente de que nadie iba a garantizarle su seguridad una vez
que volviera al hogar.Pero no se trata de un caso excepcional, que
algunos podrían explicar por la vía de la relativa impunidad que las
preferencias políticas de su marido le otorgaban a sus conductas. Nada
de eso. Son miles y miles las mujeres golpeadas por maridos o
compañeros absolutamente anónimos, y que, sin embargo, temen denunciar
exactamente por las mismas razones por las que no lo hizo Jennifer
Vieira: por miedo a las consecuencias y por la certidumbre que tienen
de la total desprotección en que se encuentran.Cifras recientes
muestran que estamos ante un problema muy prominente y muy grave. La
tragedia que terminó con el asesinato de Jennifer Vieira y el suicidio
de Edwin Valero debería dejar como saldo necesario una toma de
conciencia nacional sobre este problema de salud pública.Sería muy
equivocado creer que este es un asunto exclusivo de organizaciones
femeninas y feministas, aunque, por razones obvias, sean estas las más
activas en el reclamo, sino que compete a todos y en particular al
Estado, que, al respecto, debería imitar lo que en otros países ha
sido consagrado, tanto en la ley como en la práctica cotidiana y en la
educación, para borrar de la vida social esta vergüenza.

Enviado por la Abog. Griselda Barroso de la Defensoria de la Mujer, Baruta

Luis Alberto Lopez
VIF El Cafetal

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