sábado, 22 de agosto de 2009

Ninguna mujer deber permitir: Ser golpeada, ser maltratada con insultos, ser discriminada salarial y laboralmente, ser convertida en objeto de comercialización sexual y ser obligada a tener relaciones sexuales


El principio de igualdad, consagrado en casi todas las constituciones del mundo, es violentado cuando un pueblo se impone a otro por el hecho de tener unos derechos de ciudadanía, una cultura, religión o color de piel diferentes y en el caso de género, cuando un sexo se impone a otro para asegurarse su subordinación y control. De manera que la discriminación se legitima mediante la aceptación y obediencia voluntaria o la imposición física: así se tejen las cadenas de la dominación. Lo más terrible de todo es que en las luchas por la reivindicación de los derechos, la justicia, la equidad y el respeto, las mujeres se convirtieron en seres invisibles, negadas y excluidas. Privó el temor ante la figura de autoridad, también el desconocimiento de los propios derechos, de las propias necesidades como madres, esposas, trabajadoras o como integrantes de una comunidad. No es un problema exclusivo de la sociedad venezolana. El mundo entero carga con milenios de cultura patriarcal, basada, principalmente, en la dominación de un sexo sobre otro, en la asignación autoritaria de un papel social que establece una desigualdad beneficiando sólo determinados grupos. Se trata entonces de transformar el concepto de poder patriarcal en poder democrático y avanzar hacia una sociedad de respeto y tolerancia entre todas las partes. Al plantearse las luchas por los Derechos de la Mujer se ha requerido la reconceptualización de los propios derechos humanos y de las ideas arraigadas y preconcebidas sobre este tema que señalaban diferencias pero no desigualdades. Como la reivindicación que se exige empieza por casa, recordemos que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela promulgada en 1999, señala que no hay desigualdades jurídicas entre los hombres y las mujeres: “el problema no es que seamos diferentes, porque somos igualmente diferentes, pero eso no significa desigualdad jurídica, ni desigualdad de oportunidades” explica María del Mar Álvarez de Lovera, Defensora Nacional de los Derechos de la Mujeres de Venezuela. Con el apoyo de Inamujer La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela garantiza los Derechos Humanos de la Mujer pero se necesita canalizar la acción para que su contenido no se convierta en letra muerta. Es la razón de ser del Instituto Nacional de la Mujer –Inamujer-, órgano rector de las políticas públicas para la mujer, creado por disposición de la Ley de Igualdad de Oportunidades para la Mujer con el propósito descrito en el Art. 47 de ese mismo instrumento jurídico. Es uno de los grandes pasos del Gobierno Bolivariano de la República de Venezuela en su proyecto de transformación social y, como señala María León, presidenta de la institución, una oportunidad de participación para todas las mujeres venezolanas que han sido excluidas. Además se da cumplimiento a las obligaciones internacionales contraídas por el Estado venezolano al firmar la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) Y LA Convención Belem Do Para que tienen jerarquía Constitucional según el Artículo 23 de nuestra Carta Magna. El Inamujer desarrolla planes y programas dirigidos: a la defensa y materialización de los derechos de la población femenina del país; a incrementar la participación de la mujer en la toma de decisiones sobre los asuntos públicos; a apoyar sus derechos económicos, proyectos de generación de empleo y autoempleo y sobre todo a promover la organización de las mujeres como garantía de la realización de los objetivos prácticos y estratégicos. Plan Nacional de Prevención y Atención de la violencia hacia la mujer 2002-2005 La violencia es una espiral que al desatarse genera mayor violencia. Es el sin sentido que condena a una parte de la sociedad a sufrir agresiones, amenazas u ofensas y, que ha permitido, además, continuar los siglos de opresión sobre las mujeres. Para cambiar el paradigma Inamujer articula planes y programas de prevención a nivel estadal y municipal y crea la infraestructura necesaria para dar cumplimiento al mandato legal. Por ejemplo, una de sus direcciones, la Defensoría nacional de los Derechos Humanos de la Mujer cumple la específica tarea de apoyar a las mujeres cuyos derechos son vulnerados: diariamente son atendidas 8 mujeres en promedio, ya sea para tratar problemas de violencia intrafamiliar o para facilitarles el acceso a la justicia. Estas actividades de asistencia forman parte del Plan Nacional de Prevención y Atención de la Violencia hacia la Mujer 2002-2005, que nace de un proceso de sensibilización de todos los sectores de la sociedad y la vida nacional en el ámbito público y privado, así como también, de la necesaria aplicabilidad de la Ley sobre la Violencia contra la Mujer y la Familia para que su normativa se haga eficaz en la prevención, atención, sanción y eliminación de la violencia contra la mujer. El Plan Nacional de Prevención y Atención de la Violencia hacia la Mujer 2002-2005 abarca asistencia jurídica, una línea telefónica gratuita 0-800-Mujeres, los Puntos de Encuentro con Inamujer, Casas de Abrigo, Defensorías Delegadas en el interior del país y se proyecta la creación de Unidades de Atención Integral. El 0-800-Mujeres es un servicio telefónico gratuito, confidencial y de cobertura nacional que atiende a mujeres víctimas de violencia intrafamiliar y en casos extremos son remitidas a las Casas de Abrigo, lugares seguros ubicados en todo el territorio nacional al servicio de las mujeres y sus hijos menores de doce años, que requieran refugio temporal. Los Puntos de Encuentro (más de catorce mil en todo el país) son herramientas de contacto entre el Estado y las mujeres de las comunidades; en estos lugares se reúnen grupos de ciudadanas en busca de apoyo y orientación para solucionar los problemas, de manera individual o a su grupo familiar. Su coordinadora nacional, Nieves de Padrino, señala que son “redes solidarias de amor, porque la mujer que sufre de violencia intrafamiliar, no necesita a alguien que la acuse, que pregunte por qué se ha dejado golpear tantos años; la mujer que es o ha sido maltratada necesita apoyo y eso también lo debe proveer el Punto de Encuentro, además de orientación”. Estas y otras actividades nacen de la decisión de no seguir aceptando “como algo natural” que se atente contra la integridad física y emocional de las mujeres. Es cuestión de acceder al conocimiento: una mujer que sufre de violencia intrafamiliar puede recurrir a la Constitución, a la Ley sobre la violencia contra la mujer y la familia, a los órganos receptores de denuncias, a las prefecturas, al O-800-Mujeres, a los Puntos de Encuentro y a las sedes de Inamujer, en busca de justicia. Construyendo una sociedad de iguales Verónica Martín, directora de Planes y Programas de Inamujer explica: “nosotros podemos atender a las mujeres víctimas de violencia, y de hecho lo hacemos, con las Casas de Abrigo y el 0-800-Mujeres, pero si la sociedad sigue reproduciendo las conductas violentas, es poco lo que vamos a hacer para erradicar ese problema”. En este sentido, se hace imperativo no sólo cambiar la autoestima de la mujer, sino cambiar las relaciones entre hombre y mujer: “buscamos un enfoque completamente integral y social, involucrando a toda la sociedad” señala Martín. Igualmente la directora afirma que mientras el Estado siga visibilizando a la mujer sólo en términos de madre o de esposa se reproduce un ciclo de subordinación, y de esa manera no se ayuda a construir una sociedad igualitaria, “lo que estamos es sencillamente reproduciendo su situación, que la lleva a la desigualdad”. Cuando hablamos de género estamos situando un proceso en su debida correspondencia humana, donde el problema no es que los hombres y las mujeres sean diferentes, sino que las diferencias construyan desigualdades. Somos hombres y mujeres, cada uno con un rol de participante activo en la construcción de la vida: no podemos entonces permitir que, en tanto alguien nazca como mujer esté condicionada a situaciones de desigualdad. No se trata de obtener “cuotas” en el proceso de desarrollo social o político de una sociedad. Se trata simplemente de crecer en conjunto, de construir en conjunto, de actuar en conjunto. Hablamos de un proceso integrador, en el cual las mujeres venezolanas son un buen ejemplo: trabajan, se ocupan del hogar y además son parte activa de su comunidad pero no comparten la carga que tienen en el hogar. La Revolución Bolivariana tiene una base vital en el trabajo social de las mujeres. Lamentablemente, también en el trabajo social y comunitario vemos reproducirse la estructura patriarcal del país: si un comité está formado por seis o doce mujeres, el líder normalmente es un hombre, marginando en muchas ocasiones a las lideres que han trabajado arduamente y con resultados visibles en las luchas por las reivindicaciones económicas y sociales de su barrio, de su comunidad o de su ciudad. Inamujer realiza también una ardua labor con el fin de elevar el nivel de autoestima de las mujeres y estimular su participación en todos los ámbitos. Por otro lado, no sólo es trabajo el oficio remunerado en el mercado laboral. La Constitución en el artículo 88 reconoce el valor del trabajo doméstico, colocando las relaciones laborales en un nuevo contexto: se reconoce la función social del trabajo doméstico y la contribución de las mujeres al funcionamiento de la sociedad y la necesidad de establecer beneficios de seguridad social para quienes se dedican a las llamadas “labores del hogar”. Violencia física En nuestra sociedad existen patrones culturales arraigados, basados en la idea de que el jefe de familia manda sobre los hijos y aún sobre la esposa. Hablamos de una relación de familia jerárquica y no democrática, en la que la violencia física es un modelo que se refuerza, además, a través del pensamiento que señala que la sexualidad de la mujer es propiedad de la pareja. El hombre se atribuye el derecho de maltratar física o psicológicamente a la mujer, porque tiene celos o, simplemente, porque le provoca. Allí deviene un proceso que repercute negativamente a nivel individual y a nivel colectivo. Los ciclos se hacen repetitivos cuando no existe una respuesta ante las agresiones: si la mujer no recibe asesoría adecuada y atención sobre el problema que vive, generalmente lo que sucede es que se reproduce la violencia, porque el agresor pedirá perdón y prometerá no volverlo a hacer y en cualquier momento vuelve a repetir las amenazas, pide perdón y afirma que no habrá otra vez. Hasta que algún gesto, alguna palabra o cualquier cosa vuelva desatar la violencia. Por ello es necesario avanzar hacia la prevención de la violencia, según señala Nieves de Padrino, “porque podemos tener muchas Casas de Abrigo, pero son una solución terminal, a la que se acude cuando la mujer ya no aguanta más”. Señala que se sigue evidenciando la necesidad de un cambio cultural de raíz, porque aún muchas mujeres no se atreven a hablar, a denunciar. Las estadísticas de la violencia doméstica son desconocidas, según María del Mar de Lovera: “es un problema mundial cuyas cifras se conocen de manera parcial, porque no todas denuncian, claro que gracias a las denuncias, disminuyen los casos de violencia intrafamiliar porque se está rompiendo el silencio”. Y efectivamente el silencio ha sido roto de manera parcial en Venezuela, pues la línea telefónica 0-800-Mujeres ha recibido desde su creación en 1999 más de doce mil llamadas, lo que nunca se debe considerar como un logro, pues lo ideal sería que no fuera necesario el servicio de atención a la mujer maltratada. Lamentablemente el hecho de que las mujeres no lleguen a las Casas de Abrigo de Inamujer no quiere decir que no hayan mujeres maltratadas, sino que no están informadas en ese sentido y esa es la labor a la que se dedica este Gobierno y sus instituciones, a informar, empoderar y defender a las ciudadanas y ciudadanos, sin permitir que las pequeñas diferencias se conviertan en grandes desigualdades. Si el objetivo es construir una sociedad equitativa y democrática, que reconoce la necesidad y los derechos de todas y todos, es necesario cambiar las relaciones sociales desigualitarias entre hombres y mujeres. Si se cree en una sociedad vertical, jerárquica y de castigo, se reproducen las relaciones autoritarias, donde unos tienen el poder de ejercer el castigo sobre otros, valores que enmarcan a una sociedad violenta y se continúa construyendo una idea de familia violenta. El error está en creer que existe una violencia legítima hacia la mujer y la familia, en que el hombre tiene el papel de corrección.

Fuente: Angie Rangel. Ministerio del Poder Popular para la Comunicacion y la Información

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